07 septiembre, 2017

2 De paseos peatónicos y otros días jacarandosos


Lo único jacarandoso de ese dia fue este magnífico ejemplar


Gracias al majete de nuestro alcalde, el domingo pasado me vi obligado a callejear por cinco kilómetros. En estos tiempos de asfalto tal recorrido equivale a un calvario, mucho peor cuando ya no queda el amparo de la sombra de los árboles. Un verdadero festín han hecho de la Ciudad Jardín los burócratas de urbanismo y los empresarios del ladrillo. Sólo queda el cielo sobre nuestras cabezas, porque abajo y a los costados todo se ha plagado de espantosas moles de hormigón y ríos de lava apisonada que parecen las avenidas. Con autos la ciudad por lo menos tiene sentido, sin ellos es otro desierto que lamentar, pero más opresivo, monótono y deprimente. 

Así lo corroboré andando a pata desde la zona del estadio hasta un tercio de la Blanco Galindo. Gran pecado había que pagar por no tener bicicleta para sumarme a la manada ciclística que despierta sus instintos “saludables” tres domingos al año. Nuestro alcalde de la perenne sonrisa, en su cruzada por “revitalizar” los espacios públicos (ya lo hizo con la plaza principal donde lejos de añadir áreas verdes y plantar más árboles, a la inversa, derribó algunos y añadió más baldosas), puso sus blandas piernas a pedalear a la par que inauguraba unos kilómetros de ciclovía. Pocos días después, el recién pintado carril había sido transformado en parqueadero de motos a la vista de todos. Luego se asentarán las anticucheras, las hamburgueseras y demás comerciantes de comida chatarra para aprovisionar a los ocasionales ciclistas. Ah, los bolis somos incorregibles y después queremos que otros países nos imiten en esto de paralizar calles y carreteras y ponerle trancas a la economía con pretextos de combatir la contaminación. 

Para no hablar en balde y por pura envidia como me retrucarían algunos, salí a caminar con el beneficio de la duda esperando que tal evento por lo menos hubiese mejorado en sus casi veinte años que ya lleva institucionalizado y que ha sido emulado por otras ciudades del país (para orgullo de los cochabambinos, ajajay). En todo el trayecto no vi un solo basurero (con unos turriles colocados cada cierta distancia hubiera bastado), y luego al día siguiente las autoridades tratan de disimular cuando los informativos muestran regueros de basura en toda la ciudad. Atacándome la sed no hallé ni un puesto de fruta fresca y, por el contrario, pululaban los letreros con anuncios de salteñas, empanadas, chorizos y pollos. Y para terminar de adornar el panorama no faltaban improvisados tendederos de ropa vieja y otras baratijas de diversa índole. La ciudad entera convertida en un mercadillo gigantesco al aire libre, vulgar merendero, muladar y meadero. 

Días de feria multiplicada, de silencio automovilístico, de ruido comerciante, de altavoces a todo decibelio. Lo del ecologismo, un triste cuento que se creen cuatro gatos y otros bichos.


2 comentarios :

  1. "Bajo la sombra del jacarandá/ donde cantó tristemente el zorzal", dice una canción latinoamericana, apreciado José.
    Mucho me temo que solo eso nos queda: el cancionero popular para apuntalar nuestra particular manera de extinguirnos.

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    Respuestas
    1. A manera de coincidencia, en los llanos orientales de Bolivia una bella canción popular habla de "el guajojó (un pájaro de lúgubre canto)caminante en pena como yo/ lleva mi voz de guapomó en guapomó". Le dejo el link, en versión de nuestra artista mas querida.

      https://www.youtube.com/watch?v=1R4UDLvQ-YU

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