16 diciembre, 2014

4 Trenes rigurosamente abandonados


Cochabamba: lo que queda del ferrocarril hacia Oruro


A tres cuadras de casa pasa la línea del ferrocarril. Como si no existiera. Sabía que estaba ahí abajo pero nunca se me ocurrió darle una visita, ¿para qué? En las dos décadas que vivo de forma continua en esta ciudad jamás oí su pitido característico ni sus pesados ruidos rompiendo la monotonía del vecindario. No pasan ni trenes fantasmas. Los fierros yacen en el silencio más absoluto. 

Sé que hace muchísimos años hacían el trayecto hacia Oruro, nudo ferroviario del país, donde por fin pude ver algunas locomotoras en movimiento arrastrando viejos vagones entre calles céntricas. De chico, intuía que un tren era la mejor metáfora del progreso. Recuerdo que allá por el siglo 19, el presidente Aniceto Arce puso toda su fortuna para vincular centros mineros, ante la férrea oposición de políticos de la época. Al terminar un tramo muy dificultoso y ansiado, arruinado pero satisfecho habría dicho: “ahora podéis matarme, he cumplido mi misión”.

Hoy la sensación es inversa. Las locomotoras despintadas, la lentitud y pesadez de su desplazamiento, las estaciones descuidadas, los coches vagones desgastados, el mismo estado casi ruinoso de las vías simbolizan la evidente decadencia de este medio de transporte. En todo el país sólo operan comercialmente dos tramos principales: Santa Cruz –Puerto Suarez-Corumbá en el brazo oriental y Oruro-Potosí-Villazón-La Quiaca en el occidente sur. Hace poco vi por televisión un pintoresco ferrobús (micro transformado en un taller de El Alto) recorriendo el trayecto Viacha-Charaña hacia la frontera con Chile, que desde el tratado de paz de 1904 apenas ha operado por el descuido de nuestros gobiernos y la natural indiferencia chilena. Se ve muy señorial la estación de Arica, inaugurada para nuestros trenes, consumiéndose lentamente a merced de los elementos. 

En Cochabamba, la otrora coqueta estación central ha quedado atrapada entre mercados y mercaderes ansiosos de repartirse sus predios. Si no fuera por sus muros todo habría sido fagocitado. Aun así, los comerciantes no pierden la esperanza de invadirla algún día. Entretanto, los proyectos de reflotar el ferrocarril suman por montones: la última propuesta fue hace tres años cuando el ilustre senado plurinacional se vino a sesionar hasta la misma Llajta y luego de sesudas reflexiones resolvió otorgar sus acostumbrados “regalos” al departamento, uno de ellos era “Declarar prioridad nacional el diseño, construcción e implementación  del Sistema Integrado de Transporte Ferroviario Masivo en el departamento de Cochabamba”. De documentos solemnes están llenos los estantes, envejeciendo para convertirse en incunables pergaminos. Hasta la fecha no hemos visto ni un metro de tierra removida. Se sigue hablando de un tren metropolitano, con ramificaciones a los municipios del Valle Alto. Algún candidato que se habrá tomado un Redbull en vez de chicha, ha ido más allá: descubrió que la ciudad necesita urgentemente un tren subterráneo. 

Mientras esperamos que se pongan los primeros clavos del flamante tren a ninguna parte, los cochalas, abúlicos contemplamos cómo van desapareciendo los rieles antiguos en algunos trechos. La voracidad de las fundiciones alimenta el oportunismo de los mismos pobladores que saquean las pesadas traviesas. Aquellos tramos donde discurrían en medio de añosos eucaliptos, molles y sauces a la vera del rio, en ruta al poblado de Arque, ya son solo postales de una época que no vimos las nuevas generaciones. Pequeñas estaciones  afectadas por la herrumbre, junto a villorrios miserables en la trepada al altiplano, evocan poblados semiabandonados del viejo Oeste. Desolación con cierto encanto.

En contrapartida, los paceños todavía embriagados con sus recién estrenados “trenes al cielo” (teleféricos) que el caudillo más magnánimo de la Tierra les ha obsequiado, ahora sueñan con rutilantes “trenes bala” (sic) que su gobernador les ha prometido -con animaciones digitales incluidas- para los siguientes años. Sabe dios de dónde conseguirán los milloncitos para vincular de norte a sur (para potenciar las virtudes agrícolas de las poblaciones intermedias, se ha dicho) un territorio que es la mitad de Alemania. Tampoco han explicado cómo harán para salvar los profundos cañones, ríos y desfiladeros que caracterizan a la zona montañosa de Los Yungas, que a modo de ejemplo, únicamente para construir un tramo carretero de menos de 50 kilómetros estuvieron más de una década construyendo túneles, puentes y otras plataformas de complicada ingeniería con una carísima inversión que puso en peligro todo el proyecto. ¿Será que porque los trenes bala casi no tocan las vías, no importa, irán entre las nubes? Como sea, ya me imagino a muchos futuros viajeros, contemplando el imponente Illimani a la manera de los nipones y su Shinkanzen bordeando la serena belleza del monte Fuji. Ya se sabe, todos los sueños son en grande en este país de bonsái.

4 comentarios :

  1. Apreciado José: en Colombia acabamos con el sistema de Ferrocarriles Nacionales, cuyos ramales conectaban buena parte del territorio con los dos grandes puertos marítimos : Barranquilla y Buenaventura. Con el paso de los años se supo que detrás del desmantelamiento estaba la familia de un presidente de la república, vinculada al negocio de los camiones, o tractomulas, como se les conoce por estos lares.
    Años después, con la llegada de la internacionalización y la consiguiente apertura económica, los genios descubrieron que las dos serían imposibles sin ferrocarriles. Ahora estamos intentando recuperar lo destruído, con el inconveniente de que grandes tramos de las viejas rutas son hoy asentamientos de invasión.
    Por lo demás, el título de su entrada me devolvió de golpe a una película que hoy me sigue pareciendo sobrecogedora : Trenes rigurosamente vigilados.

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    1. Efectivamente, amigo Gustavo, el titulo es un guiño a esa película que acabo de verla hace pocas semanas: una pequeña maravilla. Menos mal que en Colombia se intenta recuperar los ferrocarriles, vital para el transporte de mercancías a gran escala. En Bolivia, -actualmente por el volumen de carga- las carreteras están frecuentemente colapsadas por los camiones de alto tonelaje que siempre ocasionan accidentes por la invasión de carril contrario. Pensar que solo hacían falta unos 300 km. para unir el Atlántico (Santos en Brasil) con el Pacifico (Arica), mediante vía férrea justamente en el tramo Cochabamba-Santa Cruz que nunca se materializó a pesar de los innumerables proyectos para crear el “corredor bioceánico”. Han pasado décadas y el descuido de los sucesivos gobiernos ha ocasionado que el ferrocarril deje de operar en el valle con la consiguiente destrucción de las vías. Estos meses se conoció que Perú y Brasil están construyendo el citado corredor mediante carreteras por la amazonia, y dando un rodeo a Bolivia. Hemos quedado fuera del negocio, es que la fama de conflictivos, informales y folclóricos nos precede.

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  2. Yo nací y viví en un país cuya extensa red ferroviaria fue desmantelada por la corrupción, el clientelismo, el derroche y la miopía política; ahora vivo en un país donde los ferrocarriles conservan su vitalidad pero con tarifas carísimas. Más nos vale volar que tomar el tren. En otros países el Estado, con subsidios, mantiene los servicios al alcance de la población. Espana es un buen ejemplo de eso. Pero en Inglaterra, cada vez que uno quiere tomar un tren, conviene llamar al banco para saber si tienes suficientes fondos. Y los servicios, aunque buenos desde nuestra perspectiva latinoamericana, son mediocres en comparación con otros países.

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    1. Aquí sucedió algo parecido con nuestra red ferroviaria, un gobierno anterior privatizó a precio de gallina muerta porque todo el sistema era corrupto, deficitario, además de antiguo. Gran dato ese de que en Inglaterra es más barato volar que viajar en tren, no lo sabía, tal como estamos acostumbrados en Sudamérica a la gran diferencia de precios entre viajar por tierra o por aire. Es notable el ejemplo de países como España, Francia y especialmente Japón donde los trenes de alta velocidad son eficientes y sumamente cómodos, además de que registran menos accidentes que cualquier otro transporte. Hace poco leí que el tren bala japonés había cumplido 50 años sin tener un solo accidente serio, todo un record de seguridad.

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